Desde el origen de las bolsas de valores ha sido inevitable el pago de comisiones, el monopolio de unas pocas instituciones en los asuntos financieros hacia insoslayable para el pequeño inversor el pago de una tasa para poder meter la cuchara en la olla de los más grandes.
Es comprensible, ya que si tienes la sartén por el mango puedes acostumbrar a los usuarios a condiciones abusivas, pero la expansión de las nuevas tecnologías y el consiguiente nacimiento de nuevos actores, que ofrecen servicios antes reservados a los bancos, han hecho que en la competición por captar a los clientes las comisiones hayan sido una de las primeras bajas, para regocijo de todos nosotros. Eso está muy bien, pero ¿de dónde venimos? Y, ¿cómo era la situación hace no tanto tiempo?
Orígenes probables de la bolsa
El consenso nos dice que la bolsa en su forma más parecida a lo que conocemos hoy en día nació en la ciudad belga de Brujas, allá por el lejano siglo XIV (aunque hay nociones de algo que hoy en día podríamos llamar bolsa en el mundo mediterráneo ya por la época clásica). Aunque el concepto como tal nació unos pocos siglos después, y parece que tiene que ver con el escudo de armas de la casa noble Van der Buërse, propietaria de un edificio en el que se realizaban importantes transacciones económicas.
El blasón familiar consistía en tres monederos de piel en forma de bolsa, lo que unido a la similitud fonética del apellido con la palabra bolsa, bourse en francés (recuerden Buërse era el apellido de la noble familia) dio lugar al nombre de bolsa, o al menos es la teoría más comúnmente aceptada.
El siglo XX
Aunque hoy en día están alcanzando cada vez más popularidad las app de trading online, para operar en los mercados financieros a través del móvil, durante el pasado siglo lo normal era acudir a tu banco si querías realizar alguna inversión en bolsa.
Tras los traumáticos acontecimientos que nos reservaba el segundo tercio del siglo XX (la Gran Depresión, el colapso de las democracias y el ascenso del totalitarismo a derecha e izquierda, la Segunda Guerra Mundial y la posterior Guerra Fría, caracterizada por la amarga promesa de la aniquilación nuclear) las décadas de los 70 y los 80 fueron testigos de un resurgir de las bolsas de valores como eje del crecimiento económico. Si durante las décadas anteriores el Estado y los discípulos de Keynes dominaron la escena económica, los setenta vieron nacer a un nuevo tipo de inversor, joven, urbanita y caracterizado por un ego y una ambición sin límites. Pero incluso esta nueva fauna inmortalizada en películas como Wall Street tenían que pagar un peaje en forma de comisión, y la parte del león que se llevaban bancos y demás intermediarios no era pequeña.
El siglo XXI
La emergencia del llamado segundo mundo, con Asia a la cabeza, pero seguidos muy de cerca por las bolsas de valores de naciones de Hispanoamérica como Colombia o Chile, el nacimiento de internet a finales del pasado siglo y su propagación exponencial por todo el globo durante el comienzo del siglo, la expansión del bienestar de manera más equitativa y un largo etcétera de motivos han dado lugar a que más gente se interese por el mundo de las inversiones. Por si fuera poco, las fortunas nacidas de la mano de las criptomonedas (ojo, también hay quién ha quebrado estrepitosamente por este mismo motivo) han servido de catalizador para un proceso que de todas formas estaba creciendo con fuerza en los albores del presente siglo.
Ya sea el más tradicional Forex, acciones, índices o las más novedosas criptomonedas, cada vez más gente se embarca en operaciones de este tipo. Solo necesitamos un celular y una conexión a internet, además de tiempo para aprender y paciencia, puesto que si jugamos nuestro dinero sin una preparación adecuada ya sabemos que el resultado más probable será que lo perdamos sin remedio.
Por último, solo queda recordar, y espero sepan disculpar si les parece demasiado evidente la advertencia, que siempre operen con brókeres debidamente regulados y fiables, puesto que han sido muchos los incautos que han sido estafados por confiar su dinero a plataformas de dudosa reputación.
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