En 2009, Paul Volcker, expresidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, dijo que la única innovación financiera importante de los anteriores veinte años había sido el cajero automático. Hoy en día, cuando el banco digital chino Ant Financial es capaz de conceder un crédito al consumo en tres minutos sin intervención humana, Volcker seguramente no pensará lo mismo. La ola de la revolución digital ha incorporado a la industria financiera un buen número de tecnologías disruptivas: el análisis avanzado de datos, la inteligencia artificial (en sus ramas de aprendizaje automático y procesamiento del lenguaje natural), Blockchain, los servicios en la nube, el interfaz de programación de aplicaciones, la criptografía, la biometría...
Su grado de madurez es variable, pero todas ellas tienen un indudable impacto potencial o real en la relación de las entidades financieras con los clientes y en su modelo de negocio.
La consecuencia (o, en algunos casos, la causa) es la aparición de nuevos competidores, que bajo las etiquetas Fintech (acrónimo en inglés de tecnología financiera que describe un nuevo ecosistema de negocio en el sector) y Bigtech (las grandes compañías tecnológicas) están cambiando las reglas de juego.
Simultáneamente a estas transformaciones relacionadas con la tecnología, la crisis financiera global que se inició en 2008 ha provocado una profunda reflexión sobre la efectividad de la política de supervisión y una reforma sustantiva de la arquitectura regulatoria del sector. En un periodo relativamente corto de tiempo, se han aprobado los Acuerdos de Basilea (en sus versiones III y IV), que tienen alcance global, y en Europa la Directiva y el Reglamento de Requerimientos de Capital (también con distintas versiones), la Directiva de Resolución y Recuperación, el Mecanismo Único de Supervisión y el Mecanismo Único de Resolución, entre otras iniciativas.
El proceso ha culminado en 2018 con la coincidencia de la entrada en vigor de nuevas regulaciones sobre la conducta financiera ( la directiva MiFID 2), la protección de datos (el reglamento GDPR), el servicio de pagos (la directiva PSD 2) o la contabilidad (la normativa IFRS 9), lo cual ha provocado un alto grado de tensión en las entidades financieras, tanto por el imperativo de llegar a tiempo en el cumplimiento de las nuevas normativas, so pena de sanción, como por el elevado consumo de recursos técnicos, humanos y económicos que exige. Esta confluencia de nuevas regulaciones, no siempre coherentes entre sí, y su consecuente impacto en el ecosistema supervisor, ha hecho florecer nuevas derivaciones del acrónimo fintech, como Regtech (la combinación de regulación y tecnología) o Suptech (supervisión y tecnología).
Podríamos decir que las nuevas tecnologías invaden hasta el diccionario. El presente documento es un laboratorio de ideas sobre la intersección de la regulación y la tecnología en la industria bancaria para calibrar su efecto transformador en distintos aspectos relacionados con el negocio: supervisión, medios de pago, conducta financiera, crimen financiero y regulación digital, a su vez concernidos todos ellos por los problemas que plantean la ciberseguridad y la gestión y protección de datos. Los resultados de esta reflexión, que pueden llegar a condicionar el futuro inmediato de la industria financiera, son los siguientes:
* Las tecnologías emergentes abren muchas posibilidades a las entidades financieras, pero su implantación es todavía escasa e incierta. Su grado de madurez es diverso y su aplicación al negocio bancario resulta compleja. No todas las tecnologías (ni siquiera las más prometedoras, como la cadena de bloques o Blockchain) valen para todo y es necesario que las instituciones de crédito exploren el mercado, ensayen nuevas aplicaciones prácticas y seleccionen con espíritu crítico las soluciones más adecuadas para cada necesidad. En ese proceso de prueba y error es imprescindible que reguladores y supervisores apoyen la aplicación de las tecnologías avanzadas con iniciativas flexibles que permitan identificar sin riesgo las mejores prácticas internacionales, como es el caso de los sandboxes (áreas de innovación libres de los compromisos regulatorios ordinarios).
* Las nuevas tecnologías son potencialmente un gran aliado para facilitar el cumplimiento de las nuevas regulaciones. Funciones como la agregación de datos sobre riesgos (necesaria para cumplir con los requerimientos de capital y liquidez, así como de reporting regulatorio), el análisis de escenarios (imprescindible en los test de estrés) o la automatización del tratamiento de las comunicaciones (clave en la normativa de la protección del cliente) se realizan de forma mucho más eficiente con la ayuda de las soluciones tecnológicas apropiadas. Las ventajas tienen doble sentido.
* Desde el punto de vista de los bancos, las tecnologías emergentes reducen costes, mitigan riesgos y liberan capital que puede ser utilizado para usos más productivos y rentables. Desde el punto de vista de los supervisores, ofrecen una mayor calidad de información y de análisis, que además pueden ser extraídos de forma rápida y eficiente, y como consecuencia de ello se atenúan los riesgos del sistema.
* El rigor de algunas de las regulaciones recientes genera fricciones en la relación entre las entidades financieras y sus clientes, y las nuevas tecnologías ayudan a suavizar esos problemas. Pensemos por ejemplo en las molestias que pueden causar los trámites relacionados con el proceso de recogida de datos del Know Your Customer (KYC), que supone un aumento significativo de los requerimientos, o en la vigilancia que las entidades han de realizar sobre las operaciones de los clientes para evitar transacciones ilegales. Tecnologías como el aprendizaje automático, la robótica, la biometría, Blockchain o Big Data hacen la vida más fácil al cliente, en un momento en el que éste ha dejado de ser un actor pasivo y ha tomado las riendas de la relación con las empresas.
* Además, la experiencia del cliente es un factor competitivo de primera magnitud, en especial porque los consumidores ya no comparan exclusivamente entre entidades financieras sino con la facilidad de uso y el servicio de primer nivel que les ofrecen las grandes compañías tecnológicas. La combinación de regulación y tecnologías avanzadas genera espacios de innovación que facilitan la organización de las entidades financieras desde un punto de vista estratégico y son un instrumento para aumentar su competitividad, hacer más eficiente el proceso de toma de decisiones y mejorar la gestión del negocio. Un ejemplo claro es el mercado de pagos, que es uno de los más afectados por el cambio regulatorio.
* La aparición de nuevos competidores no financieros (como Amazon, Alipay o Apple), que basan su negocio en la gestión y explotación de sus bases de datos, dificulta el mantenimiento del modelo bancario, pero al mismo tiempo es un incentivo para que las instituciones de crédito tradicionales aprovechen las tecnologías emergentes para rentabilizar los datos de sus clientes y descubrir nuevos flujos de ingresos en una nueva era caracterizada por la apertura del mercado (open banking).
* Las novedades normativas son también una oportunidad para crear una estructura interna de gobierno más eficiente, con una visión no fragmentada del nuevo paisaje regulatorio y un enfoque de gestión de riesgos basado en información de mejor calidad.
Peter Drucker, uno de los principales teóricos de la gestión empresarial, dijo: “En tiempos de cambio, el mayor peligro es actuar con la lógica de ayer”. No se trata tanto de prever el futuro como de contribuir a crearlo.
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